Soy la madre de Mar y seis hijos
más.
Escribo estas líneas porque creo
que ha llegado el momento de referir, aunque sea de forma muy superficial, cómo
viví el duro recorrido de mi hija Mar.
Antes quiero precisar que de mis
siete hijos, ella es la única transexual, todos los demás, tres chicos y tres
chicas, son heterosexuales. Tanto en la familia de su padre como en la mía, no
ha habido ni hay un solo caso de LGTB (Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales). Digo esto para que quede claro que no se hereda ni se contagia.
El comportamiento de Mar, con tan sólo dos años, ya
me demostraba que era distinto a sus hermanos, pero yo aun albergaba la
esperanza de que simplemente fuera más sensible que los demás y tratara de
imitarme. Creo que me negaba a aceptar la evidente realidad por el pánico que
me producía pensar en la clase de vida que le esperaba, si resultaba ser
homosexual. No era que estuviera en contra, nunca lo estuve, sino por todo el daño
que en aquella época –principio de los años setenta- le podía producir, primero
el entorno y después la sociedad en general. Hablo de un tiempo en que quitando
homosexuales “maricones” y lesbianas “tortilleras”, lo demás se desconocía.
Para mí como para casi todo el mundo, si un niño era afeminado muy probablemente fuera homosexual.
Siete hijos son muchos hijos para poderles prestar la
atención que necesitan, casi diría que simplemente para prestarles atención.
Aun así intenté aclararme buscando información a través de los pocos medios que
tenía a mi alcance: Los profesores -que con su mejor intención me dejaron más
confundida-. Y escuchando o leyendo todo aquello que me llegaba referente al
tema.
Al final sabía lo
mismo que al principio pero lo veía más oscuro. ¡Era verdaderamente frustrante!
No se puede explicar el sentimiento de impotencia ni el
dolor ante el sufrimiento de un hijo, cuando
llega llorando del colegio porque le han llamado de todo menos bonita, y sólo puedes abrazarle, besarle
e intentar darle consuelo sin saber cómo. No se puede explicar la forma en que
se agrandan esos sentimientos, cuando además de no poder ayudarle, tienes otros
seis hijos que, en mayor o menor medida, también necesitan apoyo, cariño y
consuelo, y tampoco sabes o puedes dárselos en la medida que cada uno necesita.
Llegó un momento en que intenté aplicarme ese refrán chino
que más o menos dice: Si el problema
tiene solución ¿por qué preocuparse? Y si no la tiene ¿para qué preocuparse?
Es cierto y suena bonito pero no es aplicable en determinadas
circunstancias.
De aquellos años sólo puedo decir que Mar y yo, cada uno a nuestra
manera, sentíamos el mismo silencioso dolor. Y digo silencioso porque hasta un
tiempo después de separarme, nunca hablamos del tema, entre otras cosas porque
yo no estaba preparada.
Un día se presentó en mi casa muy temprano, y con una copa
de más, para decirme que no le gustaban las mujeres sino los hombres. Le sonreí
y nos fundimos en un abrazo. Desde aquel momento estuvimos más unidas que nunca,
y siempre compartió con migo, las pequeñas alegrías y las enormes penas que a
lo largo de su existencia se fueron sucediendo.
Pasaron unos años hasta que me explicó que no era
homosexual si no transexual. Eso quería decir que se sentía una mujer, no un
hombre al que le gustan otros hombres. Hasta ese momento yo pensaba que si a un
hombre le gustaban otros hombres, era porque se sentía mujer.
La vida me ha endurecido y no soy de lágrima fácil, pero he
llorado muchas veces viendo las incomprensiones, las injusticias y las
humillaciones que Mar ha tenido que soportar; viviendo la rabia, la
frustración y el sufrimiento por los que
ha tenido que pasar hasta llegar a ser quien realmente es.
A lo largo de todo su proceso de cambio, he sentido miedo
cada vez que Mar tenía una intervención quirúrgica. Pero he sentido más miedo
aún, cada vez que Mar salía sola de casa. Me daba pánico porque la falta de
respeto que desgraciadamente abunda en la sociedad, le hacía más vulnerable al riesgo de sufrir una grave agresión
irreversible. Al mismo tiempo, me alegraba ver que salía del aislamiento y la
profunda tristeza en que vivía, sobre todo durante los últimos años, en los que
estuvo a punto de quitarse la vida más de una vez.
El camino que recorrimos juntas, fue difícil, muy difícil, y
hubo algunos encontronazos puntuales por
desacuerdos en su forma de ver, hacer y decir las cosas, (nadie es perfecto), aun así, respeté sus
decisiones. Lo importante es que siempre pudo más el cariño, hemos
estado juntas y siempre que ha necesitado mi ayuda he intentado dársela.
Me van a permitir que le dedique a ella, mi hija Mar, las últimas palabras.
- Mar, cariño, quiero decirte públicamente que me siento orgullosa de ti por tu nobleza, tu esfuerzo y tu tesón ante las adversidades.
¡Eres una Gran Luchadora!
Emi Toranzo
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